Recuerdo que cuando perdí a mi mamá, una amiga me acompañó durante varios meses sin saber que iba a enseñarme una de las cosas más valiosas que llevo conmigo ahora. Su papá había fallecido meses atrás y ella tenía una idea más clara de cómo llevar estas pérdidas. Ningún dolor es comparable, pero solo quienes hemos perdido a una figura tan importante reconocemos el trabajo que es llevar una pérdida como esta. Semanas después de enterarse y de acompañarme en llamadas llenas de lágrimas, me dijo: “Sé que es difícil verlo, pero te invito a que encuentres los pequeños milagros en todo esto.”
Cuando me lo dijo, me pareció hasta de mal gusto. ¿Cuáles milagros? ¿Cómo voy a encontrar los milagros? Acababa de perder a mi mejor amiga, a mi compañera, a mi guía. ¿De qué milagro hablaba? Realmente no lo entendía. Durante esa llamada, recuerdo quedarme callada. No sabía cómo reaccionar a eso, y ella, dulcemente, empezó a mencionar los posibles pequeños milagros durante la pérdida de mi mamá.
Mi mamá estuvo hospitalizada durante la pandemia de COVID. “¿Sabes lo difícil que es encontrar un espacio en los hospitales? Tu mamá lo tuvo. Tuvo buenos doctores y personas que la acompañaron.”
Se me partió el corazón. Claramente, en ese momento no lo entendía. Porque, para empezar, yo nunca quise que mi mamá entrara a un hospital, mucho menos en época de pandemia. Yo nunca quise estar en esa situación, ni pedí que se fuera. ¿Por qué eso sería un milagro? No tenía sentido para mí.
No recuerdo muy bien cómo terminó esa llamada, pero me tomó varios días analizar qué estaba pasando alrededor del dolor más grande que he sentido. Pero recordé cómo meses atrás a mi mamá “se le ocurrió” empezar a pagar su cremación; recordé cómo me repetía: “El día que me muera, quiero que suene esta canción.” Recuerdo bien el día que me enteré y me di cuenta de las personas que tenía a mi alrededor; cómo movieron cielo y tierra para que mi hermano y yo estuviéramos bien. Podría enlistar las cosas que “salieron bien”, esas “sorpresas” que nunca esperé. Esos “pequeños milagros” que en su momento no valoré. Y quizá esa lista no terminaría, porque estoy segura de que esos “milagros” siguen ocurriendo. Uno de esos es que hoy puedas leer esto.
Me tocó entender que todo pudo ser peor. Todo pudo ser mucho más complicado, tal vez no más doloroso, pero sí más difícil de atravesar. Y sí, pude enfocarme una y otra vez en las cosas que faltaron. En lo que me dolió no tener un funeral. En lo que me dolió no abrazar a mi familia y llorar junto a ellos. Pero decidí convencerme de que todo se acomodó, a pesar del dolor.
Ahora, ¿qué pasa con estos “milagros”? Que al final, son esas cosas que llegan de sorpresa, como un regalo sin explicación. Y si algo me enseñó mi mamá es que los regalos se agradecen. ¿Entienden lo difícil que es agradecerlos en medio de la tormenta? Yo sí lo entiendo. Me tomó tantos días reconocer que, en medio de todo, puedo agradecer que no estoy sola, que siempre hay algo bueno, que siempre en lo más oscuro encontramos luz. Y quizá estar consciente de eso no eliminó el dolor, pero me ayudó a creer que todo, todo se acomoda.
Sé lo difícil que se vuelve agradecerlos, pero cuando los encuentras y los identificas, la magia nunca se va. Que no te tome mucho tiempo encontrar tus pequeños milagros, porque allí están. Siempre están.